SALTAMONTES
Llevamos siempre el dolor doblado
cerca del pecho,
escondido
como los pañuelos de encaje
con los que mi abuela siempre
se empeñaba en limpiarme la cara.
Igual que una pintora ciega
deambulo a tientas por el lugar
donde debería estar dibujada mi sonrisa
y coloco, a duras penas,
una mueca
reflejo de lo que siempre debería
haber estado….
Mi frente sobre la ventana.
Mis manos sobre los cristales.
La humedad y el olor a moho incrustado.
Observo el reflejo
de una mañana de verano ya inexistente
y me asalta, a traición, el recuerdo
de la experta cazadora de saltamontes
agachada sobre la hierba,
expectante, sigilosa,
las rodillas manchadas…..
Despliego el pañuelo.
¡Ojalá estuviera ella aquí para secar mis lágrimas!
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