Un blog de poesía sencilla y otras cosas para todos aquellos a los que les guste apoyarse, al menos una vez al día, en el alféizar de una ventana a ver pasar la vida.

NACIONAL I

NACIONAL I



   Nunca me ha importado el final de los viajes,
encuentro atractivo
-incluso-
dormir en cunetas.
Me importa la historia aun no contada,
el vértigo de las nubes sobre mi cabeza,
las risas que se escapan volando 
a través de las ventanillas,
el misterio detrás de cada curva del camino.
Y así voy, de carretera en carretera,
buscando la belleza de las cosas
que se deslizan a mi lado
mientras avanzo en la vida.



NO ES MIEDO.

PERCEPCIÓN




Camino,
bajo el volumen a todo lo que me rodea,
me siento
-al borde-
me agarro, nudillos blancos, a las esquinas.
No se cómo se llama,
hasta el miedo ha huido despavorido.
Quizás, simplemente,
se llama Vida.





PEQUEÑO REY DEL MUNDO

SOBRE MI ALMOHADA

"POMPAS" Acuarela de Lola Catalá

Tu piel huele a almendras tostadas
y tus bucles dorados
se desperezan a mi lado
sobre la almohada.
Cubro tu manita bajo la mía,
me gustaría conservarte solo para mi,
pero me conformo pronto.
Deposito un millón de estrellas sobre tu frente
y te dejo volar
libre
hacia universos insospechados.
Algún día, te prometo,
los dragones plegarán las alas 
y a tu paso inclinarán sus cabezas,
Pequeño Rey de mi mundo imaginado,
y yo seguiré aquí
   para abrazarte.



Confesiones.

YO ME CONFIESO

Tinta china-acuarela de Isidora Lackington (de su trabajo Lágrimas en la Oscuridad)


Como patadas en el estómago,
el dolor del odio se concentra
en un lugar donde nadie
nunca 
podrá verlo 
y se extiende hacia la periferia, 
viaja por mis venas,
como un torrente pútrido,
invadiendo mi cuerpo
e infectándolo de forma insana
y pestilente.
Y en algún momento
perdido,
de cordura,
me froto la piel hasta enrojecerla,
me froto hasta, casi, arrancármela a tiras,
intentando expulsarlo para siempre.
Más tarde, camino por las calles
mirándome de soslayo 
en los escaparates cristalinos
y un rostro ajeno me observa 
burlón,
acusador,
implacable…
Ella lo sabe.
En algún lugar sucio de mis entrañas
se encuentra esa parte oscura,
deforme y abominable.





Tinta de Toro, contundente.

TINTA DE TORO

Fotografía tomada desde la parte trasera de La Colegiata de Toro.
El Duero a través de los campos zamoranos.


A través de los campos amarillos
limpia el Duero las piedras
del polvo del camino y la tierra,
y seca el sol, gota a gota, las espigas
de mis ojos cansados
y se tiñe de azul y plata
mi piel morena.
Ondea al viento mi pelo
por bandera
y corre la sangre tinta de Toro
por mis venas.
Campos de Zamora,
de las ruinas de vuestra piedra,
levantaré, de nuevo,
fosos y murallas,
catedrales y fortalezas.


UN VERSO PARA SANARTE

REDENCIÓN

"Aguacero". Acuarela de Lola Catalá.


Letras que van cayendo sobre el sol,
miel sobre la piel de los hombres,
invisibles versos de esperanza
para iluminar el mundo,
chispas que van cayendo desde las nubes
para limpiar los rostros,
para limpiar las manos,
para limpiar los pueblos
y despertar las conciencias dormidas.
Letras para intentar redimir nuestra culpa.
Un verso.
Solo un verso.
Un verso tuyo bastará para sanarme.



LOS ESCRITOS SIEMPRE SE CONTAMINAN.

AGARRARSE A LAS PALABRAS

Ilustración de PAULA BONET "I petit"



Agarrarse a las palabras
no es más sincero,
sentarse y escribir largos textos,
metáforas,
anáforas,
y epanadiplosis
-siempre me ha gustado esa palabra
desde bien niña-
Los versos se contaminan,
los textos más puros se vuelven del revés,
y sus líneas
pasan a estrangular
el espíritu que dio luz a la oscuridad
de la tinta.
Agárrate a una sonrisa,
a un abrazo;
un gesto
-incluso de un desconocido-
vale más que mil palabras
y no entremos ya
en lo que vale un verso…….








FELICIDAD

LA FELICIDAD ERA ABURRIDA



Felicidad era aquello
que un día pensé aburrido.
Sentarme en mi sofá desgastado,
beberme una taza de té 
mientras mirábamos la película 
que tú habías bajado 
el día anterior,
arropar por la noche a nuestros hijos
y luego ir recogiendo
aquel reguero de ropa
para guardarla, amontonada,
en nuestro armario,
siempre desordenado como mis libros.
Felicidad no consistía en aquello
que describían
los grandes aventureros,
no iba vestida de caqui 
y con sombrero a lo Indiana Jones.
Felicidad era aquello que se escondía
detrás de la puerta de nuestra casa
y tenía olor a sábanas
recién planchadas.


CUANDO BLANCANIEVES NO MORDIÓ LA MANZANA O HISTORIA DE UNA ENVENENADORA PRECOZ.



CUANDO BLANCANIEVES NO MORDIÓ LA MANZANA O HISTORIA DE UNA ENVENENADORA PRECOZ



- INTRODUCCIÓN-



Podría haberme llamado Blancanieves y hace setenta años hubiera mordido una manzana cayendo al suelo desvanecida. Habría cocinado, limpiado y fregado para siete enanos y, aun antes, habría suplicado por mi vida de rodillas ante un cazador que, seguramente, ni se habría sacado la primaria. Pero no, no me llamo Blancanieves, ni tengo setenta años, esa fue otra niña a la que sus padres no le explicaron que no había que coger regalos de extraños, especialmente rojos y jugosos.

Si yo hubiera sido Blancanieves no hubiera mordido la manzana. Ni hubiera sido ingenua, tonta y buena hasta decir basta. Hubiera sido fuerte, luchadora e inteligente y mi madre no me hubiera dejado abandonada a mi suerte. Si yo hubiera sido Blancanieves mi historia hubiera sido distinta.

Abro mi libro, mil veces manoseado, y comienzo a leer la historia de Blancanieves, una historia que nunca hubiera sido la mía.



- I -

En un día de invierno que los copos de nieve caían del cielo como blancas plumas, una Reina suspiraba triste junto a una ventana, cuyo marco era de ébano. Miraba caer los copos, deseando otra vida lejos de aquella ventana negra, una vida en la que pudiera elegir su destino y no se encontrara sometida a un Rey prepotente y egoísta. En su desesperación, cogió un puñal y se pinchó en un dedo dejando caer tres gotas de sangre sobre la nieve. El rojo de la sangre, sello de su promesa, se destacó cálidamente sobre el fondo blanco, y pensó: "¡Si pudiera tener una hija que fuera blanca como nieve, roja como la sangre y negra como el ébano de esta ventana, daría mi vida para que pudiera ser libre como el viento!". No mucho tiempo después nació una niña blanca como la nieve, sonrosada como la sangre y de cabello negro como la madera de ébano; y su madre, en secreto, la llamó Blancanieves. Y  fue que, al nacer ella, y fiel a la promesa, murió la Reina.
Un año más tarde, el Rey volvió a casarse. La nueva Reina elegida era muy bella, pero orgullosa y aun más cruel que su nuevo marido, y no podía sufrir que nadie la desobedeciese, retase o superase. Tenía un espejo prodigioso que el propio Rey había hecho construir para ella. Cuando la Reina se acercaba a aquel instrumento y le susurraba alguna pregunta, el cristal reverberaba y las palabras eran devueltas en forma de la respuesta deseada, quedando la Reina muy satisfecha, pues sabía que el espejo decía siempre la verdad.

La Reina odió desde el primer día a Blancanieves, que no conseguía hacer nada al gusto de la nueva soberana. Esta insultaba y maltrataba a la niña que crecía rodeada de miedo y dolor. Pero pese a todo, cuando cumplió los doce años, era tan hermosa como el destello de los rayos del sol sobre aguas cristalinas y, a disgusto de la Reina, de forma indómita, salía de palacio cada día para ayudar a las gentes del pueblo que trabajaban en las minas.
El día de su cumpleaños, Blancanieves, se había escondido tras las gruesas cortinas del salón de palacio, intentando pasar desapercibida, cuando vio como la Reina entraba y acercando sus labios al espejo, casi besando su imagen reflejada, preguntaba:

"Espejito en la pared, dime una cosa: ¿Cuál es la forma más fácil y discreta de deshacerme de Blancanieves?".

 Y el espejo le contestó:

"Señora Reina, contratad a alguien desesperado, alguno de los cazadores del pueblo que necesitan dinero para mantener con vida a su familia. Que la lleve al bosque y allí la mate y la entierre".

Se espantó Blancanieves palideciendo horrorizada y, desde entonces, cada vez que veía a la Reina sentía que se le revolvían las entrañas. El miedo se transformó en ira y, como un enorme roble, crecía cada vez más alto y arraigado en su alma, no dejándole un instante de reposo, de día ni de noche.

Decidió entonces Blancanieves consultar a su vez el espejo, dado que siempre decía la verdad, para encontrar la solución a su terrible destino. Una noche, cuando ya todos estaban reposando en sus lechos, se coló en el salón donde colgaba el espejo y le preguntó:

"Espejito en la pared, dime una cosa: ¿Cuál es la forma más certera y segura de mantenerme con vida y burlar los deseos de la Reina?".

Ante el asombro de Blancanieves apareció en el espejo una imagen de una niña niña blanca como la nieve, sonrosada como la sangre y de cabello negro como la madera de ébano, pero vestida con extraños ropajes masculinos muy ajustados al cuerpo y extrañas marcas en las muñecas que le contestó:

"No sabría qué decirte Blancanieves puesto que tu destino ha sido ya escrito, pero si te daré un consejo. Corre al bosque lo mas rápido que puedas, escóndete en lo más profundo del mismo y sobre todo, escúchame bien y no te olvides de esto que te digo ¡Jamás! ¡Jamás! Recojas ni comas ninguna manzana y aun menos que te sea ofrecida".



- 2 -


Azoto el libro encima de la cama como si me quemara las manos ¿Qué extraño sortilegio ha hecho que yo aparezca reflejada en ese espejo demoniaco del cuento? Me froto angustiada las muñecas recordatorio de lo cruel que ha sido mi vida. En verdad, yo habia estado mirando el espejo viejo y roñoso de mi habitación, gritándole cabreada a mi imagen, mientras gruesos lagrimones arroyaban por mi cara ojerosa y pálida como la nieve. ¡Estoy delirando de nuevo! Cansada cierro de golpe el cuento, no me gustan las princesas porque son tontas y no hacen nada más que esperar que un príncipe llegue a rescatarlas. Me pongo la chaqueta, heredada de sabe quién, y meto el libro en uno de los bolsillos. Salgo de mi habitación, bajo las escaleras y salgo corriendo al parque sin que a nadie le importe. Corro entre los árboles huyendo hasta lo más profundo del parque, deseando encontrarme la manzana envenenada y comerme hasta la última pepita para no desperdiciar ni una sola gota del veneno ponzoñoso que me hará dormir dulcemente. De nada sirve llorar, nadie me escucha porque a nadie le importo. Así que me siento bajo mi árbol preferido. De nuevo sus grandes hojas y las engañosas flores rojas me acogen amistosas. Docenas de veces me han ofrecido sus frutos y docenas de veces los he recogido agradecida. Me seco los ojos, saco el libro del bolsillo de la chaqueta y siguo leyendo.


- III -

Blancanieves no esperó que llegara la mañana, dispuesta a conservar su vida, salió huyendo del palacio y se internó, sin mirar atrás, en lo más profundo del bosque. La niña estaba sola y abandonada. Se moría de miedo, y el menor movimiento de las hojas de los árboles le daba un sobresalto. No sabiendo qué hacer, echó a correr por entre espinos y piedras puntiagudas. Siguió corriendo mientras la llevaron los pies y hasta que la luna estuvo en lo más alto del firmamento. Oyó a lo lejos cómo alguien la perseguía y gritaba su nombre, pero siguió corriendo.
Avanzada la noche y no pudiendo caminar más, por ser la oscuridad impenetrable, se recostó Blancanieves bajo un árbol y, esperando la luz del día, se durmió en un sueño intranquilo en el que aparecía una y otra vez la niña del espejo de ropajes masculinos y extrañas marcas en las muñecas.

Despuntó la mañana y se despertó Blancanieves sobresaltada al agitarla alguien que la agarraba fuertemente por el hombro. Un cazador escuálido, y aún más blanco que ella, la miraba desde lo alto empuñando un enorme cuchillo de monte. Cuando se disponía a clavarlo en el corazón de la niña, comenzó esta a hablar:

-No te suplicaré piedad cazador. Si me has perseguido toda la noche, hasta el punto de dejar desamparada a tu hija enferma, es que has decidido obedecer a la Reina y no tiene vuelta atrás tu empeño.

Mientras Blancanieves le ofrecía su cuello blanco y desnudo, el cazador, horrorizado, se dió cuenta de que aquella niña era la que, cada día, acudía a su casa a asistir a su hija enferma y que, no pocas veces, habían comido gracias al pan y la sopa que ella les llevaba a costa de su propia salud. El cazador, temiendo por su propia alma, se apiadó de la muchacha y le dijo:

-¡Quédate en el bosque y no vuelvas nunca a palacio! ¡Márchate ya y sigue caminando hacia el norte hasta que encuentres las minas! Allí hay gente que me conoce y te acogerán.

Marchó el cazador aliviado pero royéndole la angustia las entrañas al pensar qué contarle a la Reina. Y acertó a pasar por allí un jabato, lo degolló, le sacó los pulmones, el hígado y el corazón, y se los llevó a la Reina como prueba de haber cumplido su encargo. La horrible mujer se los entregó al cocinero de palacio para que se los guisara, y se los comió pensando que comía la carne de Blancanieves.




- 4 -


Cierro la historia asqueada. Es tarde y, aunque nadie me eche de menos, en la casa hay unas normas que cumplir. Me levanto con desgana y acaricio la suave corteza del árbol, estiro la mano y alcanzo uno de sus frutos espinosos. Lo guardo en el bolsillo junto al libro y me dirijo al diminuto cuchitril que llaman mi habitación. De camino, paso por el comedor y cojo algún resto por aquí y por allá tratando de tapar un poco el enorme agujero negro en el que se ha convertido mi estómago, que amenaza con comenzar a comerme desde dentro. Pienso en el asqueroso guiso que, a estas horas y en un lugar muy lejano, estará comiéndose la horrible madrastra de Blancanieves. "Seguro que estará mucho más bueno que la bazofia que yo como cada día", pienso.

Y ahí estarás tú preguntándote quién diablos soy yo, esta loca que habla contigo y se cree que aparece mágicamente en las páginas de un cuento.

 Me llaman Rebeca y nunca he mordido una manzana envenenada, ni he caído desvanecida. Un día, mi madre desapareció como por encanto. Al principio pensaba que regresaría, que le había pasado alguna cosa terrible que le impedía volver pero que, en cuanto lo solucionara, aparecería corriendo a toda prisa, despeinada, respirando agitada y presa de la angustia pensando en lo terriblemente asustada que yo debía estar. Nunca apareció de nuevo. Después de unos meses comenzó a ser humo y mucho más tarde, nada. Una mancha oscura cubrió lo que había sido su cara y la fué devorando, poco a poco, hasta que no quedó de ella en mi interior más que un vacío negro y frío. Me encontraron una madrugada, aterida junto a un portal de una calle de la que no se ni el nombre. Me  agarraba, como si me fuera la vida en ello, a mi cuento de Blancanieves, lo único que he tenido mío en toda la vida.

Desde el primer día que llegué a casa de la señora Bernarda esta me odió con todas sus fuerzas. Nunca he conseguido hacer nada a su gusto. Supongo que me detesta, sencillamente, porque soy distinta al resto de sus "hijos", siempre pálida y ojerosa y nunca dispuesta a rendirme ante ella.
La señora Bernarda dirige la casa de acogida a la que mandan a los niños desahuciados como yo. A los que no somos regordetes y sonrosados como cerditos, a los que no sonreímos como cachorrillos cuando nos ofrecen un caramelo mientras nos dan esos pequeños "to-que-ci-tos" horrorosos en la cabeza.
Cuando llegué, Bernarda sonreía como una hiena, pero a mi nunca me engañó con sus palabras y sus gestos vacíos de cariño. No me gusta que me griten, no me gusta que me toquen, no me gusta que me peguen, no me gusta que me engañen, en resumen, no me gusta la señora Bernarda.

Prefiero no pensar en ella. Subo silenciosa la escalera de la casa de acogida, llego a mi habitación y me tumbo. Saco el libro del bolsillo y lo abro por mi parte preferida. Acaricio la imagen roja y brillante de la manzana que, durante meses, ha ido enraizando dentro de mi cabeza. Sonrío en la penumbra. Blancanieves la morderá de nuevo pero esta vez alguien va a acompañarla en su viaje hacia la eternidad.

Continuo leyendo.


- V -


 La Reina vivía feliz desde que creía haberse comido los pulmones, hígado y corazón de Blancanieves, segura de que ya nadie osaría retarla ni desobedecerla. Un día sin embargo, su felicidad se vio empañada cuando a sus oídos llego el rumor de que una niña, blanca y pura como la nieve, moraba con los mineros en la montaña. Sobresaltada, se acercó al espejo y le preguntó:

"Espejito en la pared, dime una cosa: ¿Vive Blancanieves con los mineros en las montañas del norte?" .

Y respondió el espejo:

"Señora Reina, los pulmones, el hígado y el corazón que os habéis comido eran de un jabato, Blancanieves, brilla como una estrella y vive con los mineros del norte."

La Reina se dio cuenta de que el cazador la había engañado, y que Blancanieves no estaba muerta y enterrada. La cólera de la malvada madrastra hizo temblar paredes y cimientos del palacio. Pensó entonces en diferentes maneras de deshacerse de ella, pues mientras aquella cría insolente siguiera viva su oscura alma no podría reposar. "Esta vez- se dijo -idearé una trampa de la que no te escaparás". Y, bajando a una cámara secreta donde nadie tenía acceso sino ella, valiéndose de las artes diabólicas en las que era maestra, preparó una manzana con un veneno de lo más virulento. Por fuera era preciosa, roja y brillante, y por dentro, blanca y jugosa, capaz de hacer la boca agua a cualquiera que la viese. Pero un solo bocado significaba la muerte segura.

Cuando tuvo preparada la manzana, se tiznó la cara, se vistió de campesina y se encaminó a las siete montañas del norte donde se encontraba Blancanieves viviendo con los mineros.
-¡Blancanieves morirá -gritó al vacío- aunque me haya de costar a mi la vida!.

Llegó la horrible bruja a las montañas del norte y, una vez localizada la casa donde vivía Blancanieves, se dirigió allí temblando de odio. Llamó a la puerta de la casa. Blancanieves asomó la cabeza a la ventana.



- 6 -


Después de un rato leyendo coloco el libro de forma cuidadosa sobre la mesilla de noche y escucho atenta para ver si ya estan todos acostados. Saco mis pies de la cama y, por un instante, vacilo. Me quedo sentada al borde, balanceándome en la oscuridad de la habitación. Froto mis ojos con las manos arrancando furiosa el picor que anuncia otras cosas más penosas y, con un salto, me levanto. "Mi vida no podría ser peor de lo que ya es", le digo al vacío para convencerme a mi misma. Cojo cuidadosa el fruto espinoso, que aguarda ansioso en el bolsillo de mi chaqueta y me pongo en marcha. Sigilosa, abro la puerta de la habitación y saco la cabeza al pasillo controlando que no haya nadie. Bajo al sótano en penumbras y me dispongo a prepararla.
Allí, escondida en un rincón, está aguardándome en el interior de una caja. Preciosa e intensamente roja y brillante por fuera y carnosa y dulce por dentro. Mi manzana, la perfecta y más maravillosa manzana. Se me viene a la cabeza la ridícula idea de embrujarla y sonrío amargamente. La saco a tientas de la caja, alzo la mano y la espolvoreo por encima con unos imaginarios polvos mágicos susurrando un conjuro. Mis hombros tiemblan presa de una risa nerviosa que amenaza con extenderse, de forma peligrosa, más allá de mi garganta. "¡Serénate y déjate de tonterías!", me recrimino cabreada. Palpo la caja intentando localizar el sobre que necesito. Por un momento se me acelera el corazón. ¡No está! Litros de sangre burbujeante inundan mi cerebro y un perverso cántico comienza a golpear repetidamente mis oídos impidiéndome pensar. "Buumm, buumm, buumm, buumm......No está, no está, no está, no está......" Busco a tientas el interruptor y una luz amarillenta alumbra tenuemente el sótano. Revuelvo la caja como una posesa hasta que lo encuentro. ¡Allí esta! Me dan ganas de llorar. Después de meses y meses recogiendo frutos y clavándome sus espinas al pelarlos, por fin iba a poder utilizarlos y ser libre. No más gritos, no más palizas, no más Bernarda.

Me dirijo al otro extremo del sótano y, encima de una mesa polvorienta, coloco la manzana y extiendo el contenido del sobre, cuidando que ninguno de mis pequeños tesoros caiga al suelo. Infaustas y negras como el corazón de una bruja se ofrecen a mi, de forma seductora, fascinándome con su brillo. Las acaricio con las yemas de los dedos, acaricio las pequeñas semillas recolectadas con sangre de cada fruto espinoso, y me siento casi feliz y aliviada por primera vez en años.
Durante meses he ido recolectándolas de mi árbol. Al principio casi como una broma pero después, golpe a golpe, la idea fue tomando forma en mi cabeza. El árbol me había llamado, no había sido casualidad que me lo encontrara en lo más profundo del parque. Estaba allí para mi, esperando paciente a que lo reconociese, a que recogiese los frutos y secretamente escondidas en su interior las semillas que me ofrecía a modo de billete en primera clase; destino: ¡salvación!
Saco de la caja un pequeño mortero de madera, sustraído en secreto de la cocina de Bernarda, y comienzo a moler las semillas. Pronto un polvo negruzco sustituye a los pequeños engendros diabólicos. Me aparto el pelo de la cara y finalizo mi trabajo con precisión y maestría. Nadie lograría una esencia tan fina y vaporosa como esta.
¡Ahora si! Volveré a espolvorear la manzana pero esta vez el conjuro será letal. Extiendo, de forma sutil, partículas del polvo venenoso por toda la manzana y me dispongo a disfrutar de su dulzura.

Dudo. Acaricio las marcas de mis muñecas ya cicatrizadas.

 Por unos instantes deseo estar en mi cama, lejos del sótano. ¿Acaso es tan horrible mi vida? "¡Si que lo es!", me respondo a mi misma. Mi nivel de ira sube diez puntos en una luminosa escala imaginaria . Cojo la manzana y la acerco lentamente a la boca. Puedo olerla, imaginar su sabor dulce y su jugo corriendo como un río fresco hacia mi garganta. Abro mis labios dispuesta a acabar con todo mi dolor, sufrimiento y angustia.

Dudo. No muerdo la manzana.

¿Por qué yo? ¿Acaso yo tengo culpa de algo? Yo no he pegado, maltratado e insultado. Yo no he abusado de nadie. ¡Yo no tengo la culpa de existir! Deposito la manzana encima de la mesa y, de repente, un resplandor ilumina mi alma y la lucidez irradia hacia mi cabeza alumbrando un pensamiento que ha estado agazapado, desde siempre, en un rincón. La imagen de la señora Bernarda ocupa el lugar que le corresponde. Comienzo a urdir un nuevo plan y envuelvo la manzana envenenada en un pañuelo. Recojo el sótano, cuidando de no dejar ninguna huella de mi paso nocturno por el mismo, y subo, de nuevo, a mi habitación. Una escalera tras otra refuerzan mi decisión.

Esta vez, Blancanieves no morderá la manzana y yo no la acompañaré.

Excitada e inquieta, sin poder esperar apenas que llegue la mañana, no puedo dormir. Veo mi libro encima de la mesita y lo cojo. Me quedo mirándolo absorta y lo tengo claro. ¡Tengo que salvarla también a ella! ¡No puedo salvarme solo yo! Lo abro y las arranco con furia. Elimino de mi cuento todas aquellas páginas que nunca debieron estar ahí. ¿Cuándo limpia para los enanos? ¡Fuera! ¿Cuándo la engaña la bruja y cae muerta? ¡Fuera! ¿Cuándo yace fría y sola esperando al príncipe salvador? ¡Fuera, fuera y fuera! Rompo en pedazos una tras otra las hojas y observo caer los cientos de trocitos encima de mi alfombra.

Ya os había dicho que si yo fuera Blancanieves mi historia seria distinta.

 Cojo un lápiz de mi escritorio y comienzo a reescribir el cuento como debiera ser.



- V II -

Blancanieves asomó la cabeza a la ventana, vio a una vieja campesina apostada a la puerta y le dijo:
-Buenos días, anciana, no debo abrir a nadie ya que mi vida corre peligro .
-Como quieras- respondió la campesina- pero deseo deshacerme del peso de mis manzanas, puesto que mis viejos brazos no lo soportan. Mira, te regalo una- dijo extendiendo su fea mano.
-No gracias- contestó la niña intentando cerrar la ventana-no insistas anciana no aceptaré nada.
-¿Temes acaso que te envenene?- dijo la vieja cacareando como una gallina vieja.
-Nada temo ya a estas alturas pues mi vida ha sido muy penosa y me ha ido endureciendo. Pasad pues, anciana, que juntas saborearemos tus frutos.
Se acordó entonces Blancanieves de lo que la niña del espejo vestida con ropajes masculinos y con extrañas marcas en las muñecas le había dicho hacía años. Aquella muchacha extraña, pálida y ojerosa, que parecía ella misma, había estado noche tras noche invadiendo sus sueños. Sus misteriosas palabras la habían acompañado cada día de su exilio, en las montañas del norte, tatuadas a fuego en su mente.
No tuvo duda alguna. Aquella era la Reina que intentaba acabar con ella envenenándola. Durante años, la niña, había estado esperando con pavor ese momento y sintió flaquear sus piernas.
La anciana se sentó en una silla y cortó la manzana más apetitosa en dos mitades:
-Mira, tú te comes la parte más roja y dulce, y yo me comeré la blanca.
La fruta estaba preparada de modo que solo el lado encarnado tenía veneno.
 Blancanieves veía como la vieja bruja la miraba de soslayo con ojos ruines y perversos y, sacando fuerzas de flaqueza, se dirigió a la cocina y cogió del armario un frasquito negro que atesoraba casi desde el mismo día que había llegado a las montañas. Un buhonero se lo había entregado, a cambio de un diamante de las minas, prometiéndole que contenía un veneno, tan ponzoñoso, que ni el alma más oscura y poderosa podría resistir sus maléficas propiedades.
-Has llegado en buen momento mujer, pues me disponía a tomar un te. Igual que tú has querido compartir generosamente tus manzanas conmigo, así mismo, compartiré yo mi bebida.
Sacó Blancanieves dos tacitas del armario; una, blanca como la nieve y otra, roja como la sangre y vertió en esta última siete gotitas del dulce veneno negro. Le tendió la taza encarnada a la Reina mientras bebía ella de la suya propia y acabado su te posó la taza y cogió la mitad de la manzana roja llevándosela a la boca.
-¡Pero qué maleducada soy!- dijo separando la manzana de sus labios- No incurriré en la tosquedad de aceptar tu regalo sin que, como invitada que eres en mi cabaña, aceptes primero la bebida reconfortante que te ofrezco.
La Reina sin pararse a pensar, puesto que únicamente le obsesionaba que la niña comiera su manzana, tomó la taza envenenada y, no bien hubo dado el primer sorbo, cayó en el suelo  muerta.
Blancanieves contempló con mirada sosegada a la bruja, que yacía retorcida entre la mesa y la silla, y, por primera vez desde que había huido en la noche, lloró aliviada y sintió el temor desvanecerse en su interior.
Llegaron los mineros y se encontraron muerta a la malvada madrastra y decidieron fabricar un ataúd de cristal y tenerlo expuesto en el pueblo para lección de las gentes practicantes de las malas artes.
Blancanieves regresó a su hogar, encontrándose con que el Rey, ya anciano, también había fallecido. El pueblo, conocedor de la bondad e inteligencia de la niña, la coronó nueva soberana. El reino floreció bajo el sabio mandato de Blancanieves que vivió rodeada de niños feliz y contenta hasta el final de sus días.



- 8 -

Paro por fin de reescribir la nueva historia. Miro las hojas desperdigadas por encima de la cama. Las reuno todas en un montoncito y las coloco ordenadas dentro del cuento. Me siento orgullosa. Yo y solo yo, una insignificante niña perdida, Rebeca a secas, sin apellido alguno, he salvado a Blancanieves. Ni un Rey, ni un príncipe, ni un hada, ha sido una niña solitaria y desahuciada quien lo ha hecho sola.

Ahora me queda la parte más fácil. Apago la luz de mi habitación y me tiendo relajada a esperar la mañana.

Ya es de día, oigo los gritos de Bernarda retumbar a través de las paredes. Llegó la mañana y no he podido detener el tiempo. Como cada día me levanto, guardo la cola para ir al baño y me visto. Me miro al espejo mientras me coloco mi diadema preferida y pienso que es un poco raro como un día, que será tan diferente, puede comenzar de forma tan cotidiana. Desayuno leche con cereales pasados mientras observo la desagradable cara de Bernarda mirarnos a todos como si fuésemos repugnantes cucarachas que corretean por su cocina. Estoy segura de que desea aplastarnos con su brillante zapato negro, sobre todo a mi. Apaga su cigarrillo dentro de mi taza de leche aunque aún no he acabado de bebérmela. ¡La odio! Subo a mi habitación para coger mi mochila y ponerme la chaqueta. Intento no mirar la manzana pero no puedo. La he dejado en el lugar más visible, encima del escritorio. Es imposible no verla, toda roja y brillante, invitando seductóramente a morderla. Se que Bernarda la comerá, aunque únicamente lo haga por el placer de dejarme sin ella. Me subo la cremallera y me quedo con la mano sobre la llave de la luz mirándola desde la puerta. Me comienza a doler la cabeza. Apago la luz y me marcho al colegio decidida a no dar la vuelta. Subo al autobús que cada día me lleva a clase y me voy.



-      9

Ha pasado el tiempo desde aquel día que me marché decidida a no darme la vuelta.Todo ha cambiado, miro la puesta de sol desde la ventana de mi nueva habitación. Los rayos de sol penetran a través de los cristales, bañando con su roja calidez el blanco inmaculado que reina en la estancia. Todo es blanco. Paredes, suelo, muebles, ropa.......Cada día me traen la comida en pulcras bandejas y la gente, que en algunos momentos me rodea, parecen ángeles que flotan silenciosos e incoloros a mi alrededor. SIlencio, calma, no hablo, nunca hablo..Ya no intento explicarles que fue todo culpa del espejo del cuento. Sigo sola. Soy feliz. Con mis libros y mis pinturas me siento segura entre estas cuatro paredes blancas. 
Una sonrisa perpetua ilumina mi cara.
 Dicen que estoy loca. 
No quiero salir.

Aquel día en que no mordí la manzana subí cabizbaja al autobús, con la sensación de que estaba haciendo algo horrible. De repente lo vi claro, yo ya no era la salvadora de Blancanieves, me había convertido en la malvada madrastra. Nunca llegué a entrar en el colegio. Si di la vuelta. En cuanto el autobús escolar abrió de nuevo sus puertas eché a correr calle arriba. Corrí como si me fuera la vida en ello, la mochila golpeándome la espalda y la sangre presionando mi cabeza. Fui dejando atrás calle tras calle, semáforo tras semáforo, no vi gente ni coches. Tras media hora, agonizante y sin respiración, llegué a la casa. Subí de un salto los tres escalones de la entrada y me precipité en el interior, esperando oír los gritos de Bernarda. No oí nada. El silencio de la casa succionó todo el aire de mi interior dejándome sin respiración.

Vi a Bernarda.

Estaba tirada en medio de la cocina, su cuerpo retorcido como una extraña raíz nudosa. Su lengua, de un precioso color morado, colgaba fuera de su boca burlándose de mi y una asquerosa mucosidad roja arroyaba de su nariz, comenzando a formar un pequeña laguna sanguinolenta en el suelo. Sus ojos normalmente saltones, ahora idos en una especie de loco terror, amenazaban con salirse de las cuencas.
Me quedé en el quicio de la puerta una eternidad (creo), mirando hipnotizada la lengua colgante e intentando no hacer ruido al respirar.

Allí estaba como una garra. La mano de Bernarda agarrada a mi manzana mordisqueada.

No me pareció ni tan preciosa ni tan apetecible. Pensé en la horrible muerte de la que me había librado y me alegré.
Salí de la habitación, descolgué el teléfono y marqué el 112.
Después quedé esperando a que vinieran a recogerme sentada  en la entrada. Era un día bonito, la brisa acariciaba cálidamente mi rostro y mi pelo corto y negro revoloteaba juguetón alrededor de mi cabeza.

Ya está. Acaricio mis muñecas. Oigo sirenas en la lejanía.



- EPÍLOGO -

Me llamo Blancanieves. Ahora que reposo en mi cama, esperando paciente que todo acabe, me pregunto que habrá sido de aquella niña que me salvó de una muerte horrible y segura. Han pasado muchos años desde que accedí al trono. Ya no soy tan blanca, ni mi cabello es negro como el ébano. Pero no añoro mi belleza. He sido muy feliz y todas mis arrugas y mi pelo blanco son reflejo de una vida plena y satisfactoria.
Me gustaría poder acariciar su mejilla y abrazarla dulcemente. ¡Parecía tan triste y sola cuando me habló desde el espejo! Las lágrimas arroyaban por sus mejillas y estaba pálida y ojerosa como si no hubiera comido ni dormido durante semanas. Sus muñecas llenas de cicatrices nunca se me han olvidado.

Se que necesitaba una amiga y yo no pude serlo.

En los últimos instantes, cuando la línea entre la realidad y los sueños se diluye, cierro los ojos y la veo. Extiendo mi mano y acaricio su rostro en el espejo. Sonríe sentada entre libros y pinturas multicolores la rodean como un arcoiris que brilla sobre un fondo de nubes blancas.
Está silenciosa. No habla. Es feliz.Ya no acaricia de forma compulsiva sus muñecas laceradas.

Ahora, ya puedo dormir tranquila. Cierro los ojos, exhalo mi último suspiro y, por fin, me dejo llevar hacia lo más profundo del espejo.




Fin.